Me piden que haga un relato sobre el encuentro que tuvimos el sábado 23 de noviembre, en el Navazo. ¿Qué encuentro?, para que exista un encuentro hemos tenido que estar previamente perdidos o, tal vez, desencontrados, y eso creo que no ha ocurrido todavía. Tal vez podíamos hablar de “reunión”, pero tampoco, porque estamos siempre reunidos, unas veces físicamente, vamos, de cuerpo presente, y siempre, siempre, presentes en nuestros corazones. Así que no se cómo llamar a ese grupo de amigos, amigas, hermanos, que, por enésima vez, nos juntamos, físicamente, para cantar, para hablar, para reir, y, sobre todo, que es lo que mejor nos sale: comer.
Ir al Navazo, es como si no saliera de casa, porque el Navazo es, y siempre lo ha sido, la casa de todos, con las puertas siempre abiertas, igual que los corazones de sus moradores.
Así que entre aceituna y patatita frita, pues una canción, entre canción y canción una risa, una carcajada. Un sorbito de “cuerva” bastetana, de vinito de Rioja, nos anima a seguir cantando. Aparecen viejas tonadas, casi olvidadas, y, por fin, ese sabroso arroz negro, tan bien cocinado y regado.
La sobremesa transcurre cargada de música, con mejor o peor tono, da igual, cantamos como si fuese la última vez que lo vamos a hacer, o quizás como si fuese la primera y esperamos que nos salga bien. Las conversaciones se cruzan, otras veces se vuelven más íntimas y emotivas entre dos o tres personas que se conocen, que son amigos desde hace tantos años que parece que fue ayer cuando se conocieron, porque el tiempo no amaina la intensidad de los sentimientos. Hay amistades más recientes, pero no por ello menos intensas. Echamos de menos a quienes no han podido venir, pero aunque no estén físicamente, ocupan un espacio en nuestros corazones. Y seguimos cantando. El vinito ayuda y cada vez sale mejor. Que cosas.
Así que mejor no hago ningún relato, porque seguro que no me sale bien, que yo todas esas cosas no se cómo contarlas, solo se vivirlas y disfrutarlas.
Javier Muñoz