Llegó la Navidad, tras un tiempo de estar preparándolo todo buscando regalos, montando la decoración de la casa, eligiendo el menú de la cena, determinando el lugar donde reunirse… Y, lo más difícil, dando respuesta a la pregunta inevitable ¿Cuántos somos esta Navidad? Seguidamente aparecen las “sillas vacías”, sillas que debieran ocupar aquellos seres queridos que ya no están, aquellos que están lejos, y sobre todo, aquellos con los que usualmente te reunías y que este maldito virus obliga a ir por otro camino. Y, claro, esas “sillas vacías” duelen. Esos abrazos, esos besos, esas caricias no van a llegar, extrañaré sus sonrisa, sus miradas, sus voces. Y los ojos querrán llenarse de lágrimas por que duele, duele mucho.
Pero es la realidad. Y la realidad hay que aceptarla como venga. En mi caso, suspiraré fuerte, giraré la cabeza, y prestaré atención a las “sillas ocupadas”. Esas en las que están personas que me aman y a las que amo. Y podré alegrarme y sonreír. Así es como se afronta la vida, buscando el lado positivo de la vida, no dejarse arrastrar por las tristezas, sino buscando las alegrías que las superan.
Hoy voy a brindar en estas fiestas, con lágrimas contenidas por las “sillas vacías”, pero sonriendo desde el alma por tener cerca de mí esas “sillas ocupadas”. Y seré feliz. Sí , sí, feliz y alegre a pesar de la tristeza porque soy afortunado al tener a mi lado gente que me quiere. No voy a dejarme llevar por el lado negativo de tener “sillas vacías”, sino por la fortuna que me aporta tener “sillas llenas”. Y a ti amigo, te digo: ¡sé feliz! ¡Mira las sillas llenas!
Feliz Navidad y un Feliz Año Nuevo.