Una mañana de sábado cualquiera,….no, eso no es correcto, porque fue una mañana de sábado especial, muy especial, por diversos motivos. A ver si consigo contarlos todos.
Para empezar hablaremos del reencuentro entre personas que llevábamos diferentes cantidades de tiempo sin vernos, desde unos días, hasta nunca, por lo que ya es importante haberlas conocido, aunque solo sea un poquito, pero digo yo que ya tendremos otros momentos para ir fomentando esa incipiente amistad.
Tras los correspondientes saludos, presentaciones y primeras fotos, nuestro anfitrión, Antonio Martin Muñoz, supo colocarnos en el lugar apropiado para comenzar sus interesantísimas explicaciones. Qué maravilla de lugar desde donde contemplar la fusión entre la Granada musulmana y la cristiana, y, sobre todo, para comprender el porqué del nombre de Granada: desde allí se pueden ver sus hojas abiertas, en forma de Alhambra a un lado, Albaicín al otro y sus apiñados granos en el centro, en forma de catedral, campanarios, etc.
Antonio consiguió, con gran maestría y habilidad, hacer un resumen muy didáctico de tantísima historia que nos envolvía, haciendo que, a partir de ese momento comenzáramos a comprender y valorar, especialmente las personas de Granada, de una forma diferente, tan sorprendente lugar.
Tras este momento, comenzamos la visita al interior, primero por el patio, cargado de simbología, hasta ese momento desconocida para la mayoría de los presentes. El paso por las salas del pequeño museo produjo un doble efecto: la alegría, por un lado, de poder contemplar una pequeñísima parte del patrimonio que alberga la Abadía, de poder contemplar, cara a cara un retrato realizado por “un tal Francisco de Goya” y por otro lado la rabia de que ese rico e importantísimo patrimonio no este cuidado, expuesto, y sobre todo valorado en su justa medida por instituciones y autoridades. Uno se pregunta qué oscuros intereses pretenden ocultar lo que la historia nos ha ido dejando.
La visita continuó por la maraña de galerías, pasillos, escaleras, patios, en los cuales, si prestas un poco de atención, todavía se puede oír el jaleo de la multitud de niños que, durante siglos, estudiaron allí. El sencillo a la vez que encantador coro de la capilla sirvió como punto de reposo y continuidad de las explicaciones, pero quizás uno de los momentos más especiales, y, por qué no, mágicos, fue el encontrarnos sentados en la capilla ante la imagen del Cristo del Consuelo, más conocida como “cristo de los gitanos”, obra de José Risueño, y que tanta veneración tiene en Granada. No podemos pasar por alto la imagen de María Santísimo del Sacromonte, porque, aunque no lo creáis, la Abadía fue uno de los principales centros, por no decir el más importante, que “lucho” por el establecimiento del dogma de la Inmaculada Concepción, que, independientemente de las creencias de cada cual, forma parte de la historia, eso es indudable, como también es indudable que esa historia se forjó aquí, en la Abadía.
No quiero extenderme más, aunque la visita dio para estas líneas y muchas más. Si queréis más información os recomiendo consultar en la web de la Fundación Abadía del Sacromonte. Una cosa sí quiero decir antes de acabar, y es que a partir de este sábado, para mí, la abadía ha pasado de ser un lugar donde ir, una vez al año, a la romería de San Cecilio, patrón de Granada, (no podía dejar de nombrarlo en esta crónica) y comerse una habas con salillas al son de “La Reja”, para convertirse en uno de los principales núcleos de la historia local de Granada que trasciende más allá del localismo, para ser uno de los puntos históricos más importantes del cristianismo, y por ende, de la humanidad.
Gracias Antonio Martin Muñoz, gracias AGAE, por convertir “una mañana de sábado”, en “un especial sábado”.
Javier Muñoz